Los cambios que se avecinan en el universo del audio deben hacernos replantear muchos esquemas en la producción de contenidos
Desaprender lo aprendido
Y existe otro elemento negativo que refuerza que las mismas fórmulas de producción de contenidos se extiendan y repitan indefinidamente entre nuestros jóvenes aspirantes a periodistas. Es una evidencia, que corrobora oleada tras oleada el injustamente desacreditado EGM, que las nuevas generaciones no escuchan la radio. Ellos mismos, cuando llegan a las aulas de la Universidad, en Grado o Postgrado, casi con altivez, reconocen que no la escuchan, porque “¿para qué? Si lo que cuentan no nos interesa. Es aburrido”, se defienden. Así, sin referentes ni referencias directas, son mucho más manipulables. Si les decimos que la estructura de un informativo es la que es -la que hemos venido escuchando incansablemente desde hace décadas- aceptarán nuestras enseñanzas sin ningún espíritu crítico, porque su pensamiento en esta materia carece de otras argumentaciones para contrastarlas. Es peligroso que no escuchen la radio los que aspiran a trabajar en ella. Por más que insisto, no suelo lograrlo. Pero no debe ser como una imposición, sino como una sugerencia, presentada con atractivo. Recuerdo cómo en la EGB me obligaron a leer con apenas trece años “El Quijote”, y mi reacción ante la obra cumbre de don Miguel de Cervantes fue contraria, de rechazo. Evidentemente, no estaba preparado. Hay que invitar, no forzar. Y preparar.
Insisto en lo de la valentía porque su afirmación incluye a su propia casa, la SER, en donde tampoco encuentra ese buen informativo. Su afirmación coincide en parte con mi reflexión. Los tiempos han cambiado, las circunstancias, ahora, más de cuarenta años después de que Manuel Antonio Rico, uno de los grandes referentes de la información en radio de finales de los 70, presentaba y dirigía las “Españas” en RNE (‘España a las 7’, ‘España a las 8’…) nada tienen que ver con aquel entorno histórico. Pero nadie pone en duda de Rico hizo un gran informativo, como sus coetáneos, en una época en que la información libre se abría paso en todos los medios, y supuso en gran parte la salvación de la radio, que había perdido el entretenimiento, en beneficio de la televisión.
El director del “A Vivir” habla del fondo de los actuales programas informativos, que se dedican a hacer una recopilación, casi lineal, de informaciones acaecidas en la jornada, y prestan poca atención a explicar las consecuencias de las decisiones de nuestros políticos; es decir, se centran en qué pasa (más en el qué ha pasado, en pretérito), más que en el por qué pasa. En medio, no vamos a hablar del reiterativo y recurrente formato de las tertulias, tan previsibles.
“Es fácil decir esto, y mucho más difícil realizarlo, dar con la nueva fórmula de éxito”, pensará más de un lector. Cierto. Pero tampoco debo dar muchos más datos, si pretendo vivir de esto, ruego se me disculpe. Pero sí creo que debo invitar a hacerlo, y sobre todo entre los más jóvenes que no deben perpetuar el mismo modelo que viene imperando desde hace décadas, de un modo acrítico, y condescendiente.
El problema de la radio, además de la compleja renovación generacional de los oyentes, está también en el aspecto que tiene, en la “naftalina” a la que huele, como decía Javier del Pino, en la entrevista a El País. Y por esto, del otro lado, el podcast le está adelantando por el arcén, sin que casi se dé cuenta la mastodóntica y centenaria radio, compañera de nuestras biografías y henchida de autocomplacencia. Toca arriesgar.
Hacemos la misma radio de hace treinta años, y trabajamos con las mismas coordenadas de hace tres décadas. Sin ningún rubor. Dando por hecho que es la forma, y la fórmula, adecuadas de hacerlo y que los oyentes demandan eso, exactamente. Lo que ocurre es que quienes ya hemos cumplido la cincuentena larga nos hemos acostumbrado a una radio-tipo, previsible, cómoda, asumida. Y nos cuesta adaptarnos a otra aportación o evolución, que nos cambie los esquemas, y atente contra la rutina.
Lo de los nuevos formatos, y las nuevas narrativas, lo aceptamos, algunos de muy buen grado, en el soporte del podcast, que está innovando mucho más que la radio, y donde también el nivel de exigencia en materia de creatividad está aumentando las expectativas a cada entrega. Es agradable, y esperanzador, comprobar cómo el podcast ha rescatado, y actualizado, del pasado, géneros que la radio abandonó en su día por considerarlos caducos o faltos de interés, como los dramáticos, los documentales o incluso la radio infantil. Está claro que se equivocó, a juzgar por los resultados.
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¿Qué estamos trasladando a los jóvenes que quieren aprender radio? Debemos formar desde la honestidad |
A mis alumnos les invito a transgredir, a romper las normas que les trasladamos y a innovar en la manera de contar. No hay normas sagradas o inviolables en la radio, más allá de respetar al oyente
En mis clases, para sorpresa de mis alumnos, entono el nostra culpa como profesor que forma parte de un colectivo académico solidario, que trata de instruirles en los secretos y habilidades del oficio de la radio, cuando les auguro que lo que aprendan ahora tal vez no les sirva en el futuro, porque el escenario haya cambiado. “Tendréis que desaprender lo que habéis aprendido aquí”, les digo. Y sus rostros evidencian una palpable contrariedad inesperada. Pero, como lo creo, desde mi honestidad, debo confesárselo.
Con independencia de los soportes y canales, de la técnica y de la difusión, prefiero centrar mi discurso en los contenidos, y en su elaboración. Y aquí seguimos -también- siendo demasiado previsibles a la hora de elaborarlos. La radio, es cierto, debe combinar la rutina -en la que el oyente se siente cómodo, sobre todo seguro- con el efecto sorpresa, tan poco habitual últimamente. En la balanza, parece que evitamos aderezar nuestros programas con dosis excesivas de sorpresa, no vaya a ser que, como con la sal, nos pasemos.
Pero hay que arriesgarse, como todo en la vida. Personalmente, a mis alumnos les invito a transgredir, a romper las normas que les trasladamos y a innovar en la manera de contar. No es una casualidad que nosotros mismos contribuyamos a extender un modelo de elaboración de contenidos basado en el histórico de tres o cuatro décadas atrás, una fuente de la que también nosotros hemos bebido, pero que no ha evolucionado, porque quienes formamos, y yo soy el primero que se autoacusa, no hemos sabido, o no hemos querido, fomentar la ruptura con esas coordenadas que hace mucho tiempo que existen y han perdurado.
Creo que veremos movimientos, pequeños al principio, valientes, sorprendentes, que nos zarandearán como oyentes tradicionales de radio, y nos introducirán por veredas desconocidas, pero hábiles en su adaptación a los nuevos tiempos, maneras y costumbres
Y existe otro elemento negativo que refuerza que las mismas fórmulas de producción de contenidos se extiendan y repitan indefinidamente entre nuestros jóvenes aspirantes a periodistas. Es una evidencia, que corrobora oleada tras oleada el injustamente desacreditado EGM, que las nuevas generaciones no escuchan la radio. Ellos mismos, cuando llegan a las aulas de la Universidad, en Grado o Postgrado, casi con altivez, reconocen que no la escuchan, porque “¿para qué? Si lo que cuentan no nos interesa. Es aburrido”, se defienden. Así, sin referentes ni referencias directas, son mucho más manipulables. Si les decimos que la estructura de un informativo es la que es -la que hemos venido escuchando incansablemente desde hace décadas- aceptarán nuestras enseñanzas sin ningún espíritu crítico, porque su pensamiento en esta materia carece de otras argumentaciones para contrastarlas. Es peligroso que no escuchen la radio los que aspiran a trabajar en ella. Por más que insisto, no suelo lograrlo. Pero no debe ser como una imposición, sino como una sugerencia, presentada con atractivo. Recuerdo cómo en la EGB me obligaron a leer con apenas trece años “El Quijote”, y mi reacción ante la obra cumbre de don Miguel de Cervantes fue contraria, de rechazo. Evidentemente, no estaba preparado. Hay que invitar, no forzar. Y preparar.
El camino es más duro cuando no hay referentes, cuando no contamos con la ayuda de quienes ven con clarividencia el futuro, y la evolución del medio. Pero aquí reside el problema: que esa clarividencia no existe, al menos con la rotundidad que muchos desearían ver. Y por eso hay que construirla día a día, pero no heredarla sin sentido crítico, asimilando sus presupuestos y estructuras como la norma inviolable a seguir. No hay normas sagradas o inviolables en la radio, más allá de respetar al oyente.
A este aspecto se refería Javier del Pino, director de ‘A Vivir que son dos días”, en la Cadena SER, líder de las mañanas del fin de semana, cuando en una reciente entrevista en el diario El País, comentaba, con valentía: "Hace 25 años que no se renuevan los formatos informativos en la radio española. Hacer un informativo es muy sencillo si lo haces mal, y es muy complicado si lo haces bien y yo todavía estoy esperando escuchar un buen informativo. Tiene que contarte los efectos de la política, no las acciones de los políticos y eso no lo encuentro en ningún sitio".
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El equipo de 'A Vivir que son dos días', con Javier del Pino a la cabeza, en medio de un programa realizado fuera de los estudios (Fotografía Twitter A Vivir) |
El camino es más duro cuando no hay referentes, cuando no contamos con la ayuda de quienes ven con clarividencia el futuro, y la evolución del medio. Pero aquí reside el problema: que esa clarividencia no existe, al menos con la rotundidad que muchos desearían ver
El director del “A Vivir” habla del fondo de los actuales programas informativos, que se dedican a hacer una recopilación, casi lineal, de informaciones acaecidas en la jornada, y prestan poca atención a explicar las consecuencias de las decisiones de nuestros políticos; es decir, se centran en qué pasa (más en el qué ha pasado, en pretérito), más que en el por qué pasa. En medio, no vamos a hablar del reiterativo y recurrente formato de las tertulias, tan previsibles.
Esta es la baza de los ‘Dailys’, en formato podcast: abundar en determinados temas, en profundidad, sin obsesionarse con el ritmo y el tiempo. Pero la radio no puede perder esta oportunidad, y repetirse hasta la saciedad. Es cierto que, como defiende Pino, hay que innovar en fondo y forma, también con la información. Además de los titulares, hay que aportar los porqués. Y esto supone reflexionar en torno a los nuevos modelos, analizar la situación, y tomar decisiones.
Si uno mira hacia los informativos que realizan y producen los estudiantes en algunas de las radios universitarias agrupadas en torno a la Asociación de Radios Universitarias (ARU), que cometieron el error de distinguirme como ‘socio de Honor’ en su última Asamblea, celebrada en Pamplona, es fácil darse cuenta de que siguen los mismos esquemas que les hemos inculcado, heredados de la actual manera de producirlos en todas las emisoras, sean nacionales, regionales, locales, privadas o públicas. Mis colegas no les animan lo suficiente a transgredir lo aprendido y tratar de aportar, en lenguaje, en estructura, en tratamiento del oyente, en estética, en aspecto o envoltorio, en tantos vértices como presenta un informativo. Y tienen que transgredir para adaptarse a los tiempos.
A los jóvenes, si les decimos que la estructura de un informativo es la que es -la que hemos venido escuchando desde hace décadas- aceptarán nuestras enseñanzassin espíritu crítico, porque su pensamiento carece de otras referencias para contrastarlas: no escuchan la radio
“Es fácil decir esto, y mucho más difícil realizarlo, dar con la nueva fórmula de éxito”, pensará más de un lector. Cierto. Pero tampoco debo dar muchos más datos, si pretendo vivir de esto, ruego se me disculpe. Pero sí creo que debo invitar a hacerlo, y sobre todo entre los más jóvenes que no deben perpetuar el mismo modelo que viene imperando desde hace décadas, de un modo acrítico, y condescendiente.
Tampoco estoy propugnando una revolución, una ruptura drástica del statu quo, una actitud iconoclasta radical. No me parece el camino adecuado. Al contrario, funciona mejor construir una senda alternativa, poco a poco, y mantener la otra ruta abierta, en paralelo, y probar. Y, cuando la nueva senda se haya convertido en un nuevo camino, con un buen trazado y asfalto suficientemente firme, entonces habremos alcanzado la gesta.
Creo que veremos movimientos, pequeños al principio, valientes, sorprendentes, que nos zarandearán como oyentes tradicionales de radio, y nos introducirán por veredas desconocidas, pero hábiles en su adaptación a los nuevos tiempos, maneras y costumbres. Como suelo invitarles a mis alumnos, cuando realicen un trabajo, para un informativo o para un programa, lo primero que se les ocurre, su primera reacción, estará claramente influenciada por lo que han aprehendido de sus mayores, profesores o escasos referentes de la escucha. Deben tener la suficiente fuerza de voluntad como para tirar ese trabajo a la papelera y volver a empezar, esforzándose un poco muchomás en creatividad y sobre todo originalidad, en fondo y forma. Es posible que se equivoquen, o no.
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Los programas que realizan nuestros universitarios parten de los mismos modelos que hemos trabajado sus antecesores durante más de tres décadas (Fotografía ARU) |