Una reflexión de este periodista sobre la decadencia actual de la radio musical
“En la radio apenas se escucha música de calidad y voces que la conozcan y la recreen”
- “No hay mayor pecado para un radiofonista que el desinterés, la falta de curiosidad, y en este caso, de curiosidad musical”
Lo digo con cierta melancolía, pero en la radio apenas se escucha música de calidad y voces que la conozcan y la recreen. Excepto algunos islotes que las emisoras públicas (Radio 3, Radio 5 y Radio Clásica) han dejado flotando a la deriva en el inmenso océano de los sonidos, solo nos queda sintonizar la cacofónica repetición de la radio fórmula.
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José María Íñigo, entre los cantantes Junior (izda.) y Juan Pardo, delante del Palacio de Buckinham, en Londres, en los 60. Entonces la radio musical mantenía a la industria de la música con prescripción (Fotografía 'El Periódico de Aragón') |
La falta de imaginación, de personalidad y, por supuesto, la escasa cultura musical, han convertido a la radio repetición en un recital de obviedades, y han obligado a sus locutores/presentadores a erigirse en perfectas voces de centralita automática o de máquina de tabaco que no se apartan ni un milímetro de los tópicos más corrientes. Como dicen los marineros, quien no se arriesga no cruza la mar. Y en esas estamos, ni empresas ni profesionales del medio se aventuran a enmendar tan decrépita situación. Quien se mueve, ¿no sale en la foto? Demasiado conformismo y endogamia, diría yo, pues, por lo que parece, en la radio privada se ha interiorizado que la música es poco más que un relleno.
“Los locutoresse han erigido en perfectas voces de centralita automática que no se apartan ni un milímetro de los tópicos más corrientes”
Por supuesto que los tiempos de Raúl Matas ya pasaron, y también los de Ángel Álvarez, Joaquín Luqui y José María Íñigo, entre otras cosas porque todos, lamentablemente, ya han fallecido, lo que me lleva a pensar que la radio musical, como la radio convencional adolece de cantera y que se hace muy poco para crear y formar a nuevos comunicadores y radiofonistas. De modo que agradeceríamos que los casi jubilados Carlos Finali, Rafael Revert, José Ramón Pardo y Alfonso Eduardo Pérez Orozco se dieran un paseíto por las ondas. Sin embargo, no quiero olvidarme de Mariscal Romero, El Piratay José Antonio Abellán que siguen batallando, cada uno a su manera y con más o menos éxito, para ofrecer un producto distinto que podrá gustar más o menos, pero al que no se le puede negar el ingrediente que reivindico: la originalidad, el sello de autenticidad.
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Joaquín Martín |
En los albores de la radio los agoreros anunciaron que más tarde o más temprano un medio tan diabólico y de trazas, para aquella época, tan sofisticadas acabaría con la música, y no quisiera darles la razón cuando un siglo después el arte sonoro parece tan denigrado. Además, si el oyente culto, formado o exigente busca el complemento de la voz podrá llevarse la sorpresa de que en determinadas emisoras hasta se piden disculpas por hablar; sí, sí, lo que oyen, pedir perdón por hablar, de manera que nos vamos acostumbrando a una radio sin palabra y de escasa calidad musical. Entonces me pregunto, ¿no cayeron en la cuenta de que las plataformas Spotify, YouTube y Google Music ya existen? La diferencia que se busca con la radio es el locutor y sus comentarios, la sabiduría, el detalle, la anécdota y, por supuesto, un buen tema, una canción que nos eleve y emocione. La tiritera, el pellizco, la evocación, la sinestesia solo pueden provocarla la fórmula de música y palabra; la alternativa de las plataformas es un excelente mapa mudo de músicas y lo que la radio debe ofrecer para distinguirse de ellas es un atlas sonoro con el mayor número de detalles; porque ya me dirán ustedes si la radio puede definirse como tal con la ausencia de la sagrada palabra y los recursos ya mencionados.
“La diferenciaque se busca con la radio es el locutor y sus comentarios, la sabiduría, el detalle, la anécdota y, por supuesto, un buen tema, una canción que nos eleve y emocione”
Uno de los primeros radiofonistas, Ramón Gómez de la Serna, tan sabio y resplandeciente en su forma de manejar el idioma, ya advirtió a mediados de los años 20 que para cumplir a la perfección su papel la radiodifusión debía de proscribir la repetición de ideas, que no de mensajes, pues determinada redundancia desnaturaliza la comunicación. “No me dejéis morir de repetición”, decía de la Serna, con el entusiasmo de llenar las radiofónicas ondas de imaginación y genio.
Haga memoria y conteste sinceramente a esta pregunta: ¿Cuánto tiempo hace que usted no escucha por la radio a Chet Baker, Blossom Dearie, Jhonny Hartam, Pat Metheny, Claus Ogerman, Quincy Jones, Frank Sinatra, Sarah Vaughan, Gal Costa, Caetano Veloso, Anita O´Day, Manhattan Transfer, Gato Barbieri, Jorge Pardo, Pedro Iturralde, Marlango… ? La lista de autores y cantantes agraviados es infinita. Y eso que no nos hemos puesto a hablar de flamenco, música clásica, bandas sonoras cinematográficas, nueva era… con lo que redactaríamos otra inmensa recopilación de olvidos.
No hay mayor pecado para un radiofonista que el desinterés, la falta de curiosidad, y en este caso, de curiosidad musical. Aparte de la hora y la temperatura hay que contar más cosas, el mensaje debe renovarse. La idea de perder la radio musical me fastidia tanto como perder la paciencia ante lo que se oye por ahí, porque ni siquiera el éter merece transportar tanta mediocridad.¡Qué aburrimiento!
Joaquín Martínes periodista, creativo publicitario y locutor radiofónico
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